martes, 23 de junio de 2009

Las cosas que extraño


Este artículo es uno lleno de nostalgia, o saudade, como dicen en portugués. Hice un viaje hace unos días y recordé cosas que viví en mi infancia y adolescencia, que no sabía que todavía me hacen falta, que extraño. Ojalá que este viajecito por mi memoria les sea útil o los provoque a aprender y apreciar más las últimas décadas del siglo pasado. Aunque les advierto de una vez que mis mejores años son los actuales y que me siento perfectamente encajado en el sitio que ocupo ahora.

Extraño mi Escuela Nacional de Odontología, con sus clínicas llenas de pacientes y de maestros asesorando y enseñando a una gran cantidad de muchachas y muchachos vestidos impecablemente de blanco, cargando maletines con instrumentos en un ambiente de gran luminosidad en la verdadera universidad de nuestro país.

Si nos ponemos profesionales, extraño la camaradería que había entre los dentistas en aquellos tiempos, en que cuando mucho éramos unos 8 mil profesionistas en todo el país y nos conocíamos casi todos, por lo menos de oídas. No había problemas entre los dentistas de los estados y los del DF, y la única rivalidad era (y así debe ser) de tipo deportiva: Las Chivas contra el América, por ejemplo. Había mucho respeto entre todos. En el delicioso libro llamado Bibliografía Odontológica Mexicana (La Prensa Médica Mexicana, México, 1954) (que yo poseo dedicado por su autor) del insigne maestro Samuel Fastlicht, aparecen los nombres de todos y cada uno de los cirujanos dentistas que se recibieron en las diferentes escuelas de odontología de México (UNAM, Jalisco, Mérida y Monterrey) desde 1841 hasta el 15 de diciembre de 1950. Lo asombroso de todo esto, es que el total de dentistas recibidos es, en toda la historia de México hasta 1950, de apenas 1635. Ahí constan sus nombres, los nombres de sus tesis y los días de examen profesional, por lo cual es fácil calcular sus edades.


De paso, aunque reconozco que la odontología actual es mucho más rica en soluciones que la de los 70´s y 80´s y que su campo de acción se ha desbordado, extraño el que antes hacíamos maravillas con pocos materiales dentales y muy pocas marcas. El que quería hacer buena odontología —como mi padre, como los maestros Ripol, Aguilar, Espinosa de la Sierra, Romero Castagny, Martínez Ross, Lazo de la Vega, Ruff, Sánchez Torres, Rosas y Murguía, Esponda Vila y otros muchos—, la podía hacer con lo poco que tuvieron a la mano y que siempre sorprendió a los dentistas estadunidenses de entonces. Extraño así mismo la formalidad que teníamos que respetar en los congresos: de traje y corbata, y los estudiantes por lo menos de suéter pero con corbata. Los maestros eran como dioses y nunca supe que tuvieran que humillar a los alumnos para ganar su aprecio y respeto, como ahora se acostumbra en muchas escuelas. Todos queríamos ser como ellos (aunque no como todos).

Pero hay otras cosas menos odontológicas que extraño. Por ejemplo, la TV de entonces. Cierto: eran muy pocos canales y todos eran de Televisa, pero los programas de entonces se los echo a los mejores de ahora. Había chispa, ingenio y ganas de ser los líderes de la TV en color en español. Extraño los programas El Club del Hogar, La Dimensión Desconocida, Patrulla de Caminos, El Estudio de Pedro Vargas, La Hora Nescafé, el Gran Premio de los 64 mil pesos, Ensalada de Locos y similares. Extraño, concretamente, a Chucho Salinas, al Loco Valdez de entonces, a Héctor Lechuga y a Chabelo sentado en las piernas de César Costa haciéndola de muñecote de ventrílocuo. ¿Y quién no extraña a Fanny Cano, a Elsa Aguirre, a Verónica Castro jovencita y con labios normales, a la original Lucía Méndez, a Olga Breeskin, a las hermanas Tere y Lorena Velázquez, y a todas aquellas bikinudas que aparecían en las chistosas películas del extrañable Mauricio Garcés? Musicalmente, nadie ha podido sustituir a los grandes trovadores románticos, con buenas voces, bellos timbres y originales estilos: Marco Antonio Muñiz (el Lujo de México), Gualberto Castro y sus hermanos, Javier Solís, Carlos Lico, Imelda Miller, Olga Guillot, Sonia y Miriam, los Ruffino, el entonces recién llegado José José y, desde luego, a los mil y un excelentes tríos que nos inspiraron en nuestros amoríos. Armando Manzanero escribía entonces canciones para Angelica María y empezaba su éxito aunque cantaba balando. Extraño, también, la femineidad en las mujeres y lo viril que tenía que ser un hombre.


¿Y en el rock? Pues extraño a los que me hicieron bailar (y todavía lo hacen): a Los Locos del Ritmo, Los Crazy Boys, con el único hombre de color de entonces: Johnny Laboriel; Los Teen Tops, cuyo primer cantante era Enrique Guzmán. César Costa, que apenas se le oía y desentonando a veces, moviendo las manitas dentro de sus grandes y coloridos suéteres, y las grandes voces de Alberto Vázquez, Manolo Muñoz y Angélica María, La novia de México. Y Los Sinner, Los Boppers y mil grupos más que nacían y morían a diario. Y, en un plano totalmente aparte, Elvis Presley y los otros gringos como Paul Anka, Connie Francis, Neil Sedaka, Frankie Avalon y el sangrón (por guapo) de Fabian. Habìa muchos grupos tambièn, aunque debo decir que los covers que se hacìan en México de las traducciones de las canciones originales en inglés eran casi siempre mejores que las versiones originales. Mucho mejor escuchar un disco de Enrique Guzmán con la orquesta de Chuck Anderson que uno original de Paul Anka, aunque ambos tenían voces pequeñas y nasales, y con la diferencia de que Paul Anka era y es un gran compositor. Ya en los ochentas abandoné la música estadunidense y me convertí en bohemio latinoamericano.

Extraño la manera que teníamos de vivir en México. Desde luego, la Capital era una de las ciudades más vivibles del mundo, la región más transparente del aire, según dijo Don Alfonso Reyes. Yo empecé a ir a secundaria en bicicleta. Extraño que antes podía ver a mis amigos a diario, sin que la ciudad despiadada nos lo impidiera; también extraño que no había manifestaciones, y que cuando las hubo, éstas fueron respetuosas del derecho de los demás. Extraño la seguridad, el respeto y el civismo. Los adultos protegían a los niños, fueran del que fuera, y la palabra pederastia no se conocía. Los autos circulaban con rapidez y velocidad (yo hacía 8 minutos de la Glorieta de Etiopía a C.U entonces —unos 10 kilómetros— y, de paso, le daba aventones (ahora se dice “raides”) a muchos compañeros y compañeras. Nadie desconfiaba de los demás. Todos bebíamos Coca Cola de la misma botella y nunca nos pasó nada. Ah, y no había celulares y nadie nos traía checados. Sólo Dick Tracy, un personaje de comic, tenía un radio-reloj. Los niños salíamos a jugar con nuestros cuates y cuatas y se entendía que regresábamos a casa al caer el sol o a cenar.

Y sin embargo, el México de ahora: gigante, feroz, inmenso, y prometedor es el que marca nuestros días. Todavía es un paraíso vivir en México, créanlo o no.
No olviden ser felices y hacer un amigo cada día.


Dr Manuel Farill Guzmán

Correspondencia con el autor:
drmfarill@gmail.com
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www.vuela-pluma.blogspot. .com (opiniones político-socio-culturales del entorno mexicano)
www.manuelfarill.blogspot.com (mercadotecnia dental)

Esté pendiente de los próximos cursos de mercadotecnia odontológica y relaciones públicas del autor el 29 de octubre de 2009 en la ADDF. Informes al (55)5550-7074
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