domingo, 2 de agosto de 2009

CINCO LIBROS CINCO

No sé si ustedes sepan que un tiempo me las di de escritor. Allá por los 70s tenía ya en mi haber una novela, varios ensayos y muchos cuentos publicados y antologados en varios libros y revistas de prestigio, como El Cuento, Punto de Partida y la Revista de la Universidad. Pero no es para presumir que escribo este artículo, sino para decirles los nombres de cinco libros que han impactado mi vida y me han ayudado a tener más claridad en el pensamiento y a escribir y hablar mejor, que mucho lo requiero.

Esta vez les voy a hablar de cinco libros de muy diversa temática, que estoy seguro de que los cautivarán si se toman ustedes la molestia de conseguirlos en alguna librería.

Uno de ellos se llama Confabulario, del erudito, jalisciense y autodidacta maestro Juan José Arreola. Este autor (y olviden al que en su pobre vejez aparecía vestido con toga en la TV) fue uno de los más significativos de México. Gran charlista, ávido lector y escritor,gran ajedrecista y maestro de muchas generaciones de escritores, ya que dictó muchos talleres y fundó muchas publicaciones para que pudiéramos publicar quienes no teníamos renombre aún. De sus aulas salieron escritores como José Agustín, René Avilés Fabila, Gustavo Sainz, Gerardo de la Torre, y casi toda la generación llamada “de la onda” latinoamericana, de la cual fui considerado miembro. Fue además amigo y maestro de muchos de los grandes escritores actuales y de muchos que ya no están entre nosotros. Confabulario, por su aparición en 1963, es un monumento a la creación literaria hispanoamericana, no sólo con cuentos muy breves (que creo que es el más difícil de los géneros literarios) con propuestas muy vanguardistas sino con lo que el mismo maestro Arreola bautizó como Varia Invención. No dejen de leer El Guardagujas, El Prodigioso Miligramo y la Mujer Amaestrada, entre otros, porque se van a divertir y su autor los va a sorprender muchas veces, sobre todo por el amor que destila su obra.
El siguiente es Carta al Greco, de Nikos Kazantzakis, escritor griego, nacido en Heraclion, capital de la Isla de Creta, situada en su costa norte, cuya tumba he visitado cuando estuve ahí. Kazantzakis fue escritor y traductor. Es autor de la célebre novela Zorba el griego (1946) y del famoso La última tentación de Cristo (1951), libro de inspiración religiosa, también llevada al cine en 1988 por Martín Scorsese y de muchas obras más de excelente factura. El libro trata sobre el supuesto encuentro del nieto del Greco con su abuelo para tratar de descifrar la trascendencia del arte y de la historia. Hay que recordar que el Greco fue un famoso pintor místico griego que brilló especialmente en Toledo, España. Es un libro que siento perfectamente escrito.
El siguiente es La Historia Más bella del Mundo (La Plus Belle Histoire du Monde), un libro ineludible para los que queremos acercarnos a la ciencia y sus maravillas y que trata, precisamente, de la historia del mundo. Escrito en forma de diálogo (preguntas y respuestas en lenguaje perfectamente comprensible) por los científicos de fama mundial Hubert Reeves, Joël de Rosnay, Yves Coppens y la periodista Dominique Simonnet, reconstruyen entre todos la historia del mundo, desde la creación del universo en el Big Bang, se supone que hace casi quince mil millones de años, hasta reconstruir también la historia de la aparición y evolución de la vida y, al final, de la aparición y evolución del ser humano. El libro trata de responder preguntas fascinantes: ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿Por qué estamos aquí? ¿Adónde vamos? ¿Seguimos evolucionando? Y la ciencia, entre otras miles de cosas, nos dice que nuestrops cuerpos están formados por los mismos átomos que fundaron el universo y estamos en un planeta infectado por la vida. También ofrece una compatibilidad con la fe. Como dice en la portada del libro: es la historia más bella del mundo, porque es la nuestra. Precisamente por eso.
El siguiente es Una Breve Historia de Casi Todo, de Bill Bryson. Este libro es ganador de un premio mundial a la divulgación de la ciencia. Trata de toda la ciencia, y va mezclando, con ingenio y amenidad, la biografía de los descubridores y científicos más relevantes y la importancia de sus descubrimientos, contando al mismo tiermpo las aventuras que supusieron éstos.

Finalmente, El Coloso de Marusi, del escritor estadunidense Henry Miller (1891-1980), autor muy popular en los 40s y 60s y que en esta época ya no llama la atención y de hecho se menciona más de lo que se lee. Miller fue un escritor maldito por hacer libros confesionales en los que descarga su verborrea magnífica, erótica, confidencial y hasta pornográfica (Sexos, Plexus, Primavera Negra, El Mundo del Sexo) . Y por eso precisamente es que este libro El Coloso de Marusi—haciendo alusión al sitio llamado así, en la bellísima isla de Corfú—, llama tanto la atención. Acudiendo a una invitación de su alumno primero, después amigo y luego maestro el escritor inglés Lawrence Durrell —uno de los más grandes de la literatura, otro día hablamos del Cuarteto de Alejandría—, Miller lo acompaña en una excursión de meses por Grecia y especialmente Corfú, y el libro es básicamente un relato de aventuras y sucedidos, en el que predomina la descripción de paisajes, de personajes reales (como Katsimbalis, quien da el nombre al libro) y de reflexiones sobre la vida muy alejadas de la temática milleriana. El libro, dicen en Wikipedia, es un monumento lírico a la sensualidad mediterránea, una crítica brillante al modo de vida americano y un alegato por la paz
Es un libro para disfrutar pensando, que, aunque parezca imposible, puede y debe hacerse. Recuerden que la cultura está en blanco y negro, no en Internet y menos en la TV.

Nos leemos en dos meses. Mientras tanto, sean felices y luchen duro para superar esta crisis económica que nos agobia.


Correspondencia con el autor

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martes, 23 de junio de 2009

Las cosas que extraño


Este artículo es uno lleno de nostalgia, o saudade, como dicen en portugués. Hice un viaje hace unos días y recordé cosas que viví en mi infancia y adolescencia, que no sabía que todavía me hacen falta, que extraño. Ojalá que este viajecito por mi memoria les sea útil o los provoque a aprender y apreciar más las últimas décadas del siglo pasado. Aunque les advierto de una vez que mis mejores años son los actuales y que me siento perfectamente encajado en el sitio que ocupo ahora.

Extraño mi Escuela Nacional de Odontología, con sus clínicas llenas de pacientes y de maestros asesorando y enseñando a una gran cantidad de muchachas y muchachos vestidos impecablemente de blanco, cargando maletines con instrumentos en un ambiente de gran luminosidad en la verdadera universidad de nuestro país.

Si nos ponemos profesionales, extraño la camaradería que había entre los dentistas en aquellos tiempos, en que cuando mucho éramos unos 8 mil profesionistas en todo el país y nos conocíamos casi todos, por lo menos de oídas. No había problemas entre los dentistas de los estados y los del DF, y la única rivalidad era (y así debe ser) de tipo deportiva: Las Chivas contra el América, por ejemplo. Había mucho respeto entre todos. En el delicioso libro llamado Bibliografía Odontológica Mexicana (La Prensa Médica Mexicana, México, 1954) (que yo poseo dedicado por su autor) del insigne maestro Samuel Fastlicht, aparecen los nombres de todos y cada uno de los cirujanos dentistas que se recibieron en las diferentes escuelas de odontología de México (UNAM, Jalisco, Mérida y Monterrey) desde 1841 hasta el 15 de diciembre de 1950. Lo asombroso de todo esto, es que el total de dentistas recibidos es, en toda la historia de México hasta 1950, de apenas 1635. Ahí constan sus nombres, los nombres de sus tesis y los días de examen profesional, por lo cual es fácil calcular sus edades.


De paso, aunque reconozco que la odontología actual es mucho más rica en soluciones que la de los 70´s y 80´s y que su campo de acción se ha desbordado, extraño el que antes hacíamos maravillas con pocos materiales dentales y muy pocas marcas. El que quería hacer buena odontología —como mi padre, como los maestros Ripol, Aguilar, Espinosa de la Sierra, Romero Castagny, Martínez Ross, Lazo de la Vega, Ruff, Sánchez Torres, Rosas y Murguía, Esponda Vila y otros muchos—, la podía hacer con lo poco que tuvieron a la mano y que siempre sorprendió a los dentistas estadunidenses de entonces. Extraño así mismo la formalidad que teníamos que respetar en los congresos: de traje y corbata, y los estudiantes por lo menos de suéter pero con corbata. Los maestros eran como dioses y nunca supe que tuvieran que humillar a los alumnos para ganar su aprecio y respeto, como ahora se acostumbra en muchas escuelas. Todos queríamos ser como ellos (aunque no como todos).

Pero hay otras cosas menos odontológicas que extraño. Por ejemplo, la TV de entonces. Cierto: eran muy pocos canales y todos eran de Televisa, pero los programas de entonces se los echo a los mejores de ahora. Había chispa, ingenio y ganas de ser los líderes de la TV en color en español. Extraño los programas El Club del Hogar, La Dimensión Desconocida, Patrulla de Caminos, El Estudio de Pedro Vargas, La Hora Nescafé, el Gran Premio de los 64 mil pesos, Ensalada de Locos y similares. Extraño, concretamente, a Chucho Salinas, al Loco Valdez de entonces, a Héctor Lechuga y a Chabelo sentado en las piernas de César Costa haciéndola de muñecote de ventrílocuo. ¿Y quién no extraña a Fanny Cano, a Elsa Aguirre, a Verónica Castro jovencita y con labios normales, a la original Lucía Méndez, a Olga Breeskin, a las hermanas Tere y Lorena Velázquez, y a todas aquellas bikinudas que aparecían en las chistosas películas del extrañable Mauricio Garcés? Musicalmente, nadie ha podido sustituir a los grandes trovadores románticos, con buenas voces, bellos timbres y originales estilos: Marco Antonio Muñiz (el Lujo de México), Gualberto Castro y sus hermanos, Javier Solís, Carlos Lico, Imelda Miller, Olga Guillot, Sonia y Miriam, los Ruffino, el entonces recién llegado José José y, desde luego, a los mil y un excelentes tríos que nos inspiraron en nuestros amoríos. Armando Manzanero escribía entonces canciones para Angelica María y empezaba su éxito aunque cantaba balando. Extraño, también, la femineidad en las mujeres y lo viril que tenía que ser un hombre.


¿Y en el rock? Pues extraño a los que me hicieron bailar (y todavía lo hacen): a Los Locos del Ritmo, Los Crazy Boys, con el único hombre de color de entonces: Johnny Laboriel; Los Teen Tops, cuyo primer cantante era Enrique Guzmán. César Costa, que apenas se le oía y desentonando a veces, moviendo las manitas dentro de sus grandes y coloridos suéteres, y las grandes voces de Alberto Vázquez, Manolo Muñoz y Angélica María, La novia de México. Y Los Sinner, Los Boppers y mil grupos más que nacían y morían a diario. Y, en un plano totalmente aparte, Elvis Presley y los otros gringos como Paul Anka, Connie Francis, Neil Sedaka, Frankie Avalon y el sangrón (por guapo) de Fabian. Habìa muchos grupos tambièn, aunque debo decir que los covers que se hacìan en México de las traducciones de las canciones originales en inglés eran casi siempre mejores que las versiones originales. Mucho mejor escuchar un disco de Enrique Guzmán con la orquesta de Chuck Anderson que uno original de Paul Anka, aunque ambos tenían voces pequeñas y nasales, y con la diferencia de que Paul Anka era y es un gran compositor. Ya en los ochentas abandoné la música estadunidense y me convertí en bohemio latinoamericano.

Extraño la manera que teníamos de vivir en México. Desde luego, la Capital era una de las ciudades más vivibles del mundo, la región más transparente del aire, según dijo Don Alfonso Reyes. Yo empecé a ir a secundaria en bicicleta. Extraño que antes podía ver a mis amigos a diario, sin que la ciudad despiadada nos lo impidiera; también extraño que no había manifestaciones, y que cuando las hubo, éstas fueron respetuosas del derecho de los demás. Extraño la seguridad, el respeto y el civismo. Los adultos protegían a los niños, fueran del que fuera, y la palabra pederastia no se conocía. Los autos circulaban con rapidez y velocidad (yo hacía 8 minutos de la Glorieta de Etiopía a C.U entonces —unos 10 kilómetros— y, de paso, le daba aventones (ahora se dice “raides”) a muchos compañeros y compañeras. Nadie desconfiaba de los demás. Todos bebíamos Coca Cola de la misma botella y nunca nos pasó nada. Ah, y no había celulares y nadie nos traía checados. Sólo Dick Tracy, un personaje de comic, tenía un radio-reloj. Los niños salíamos a jugar con nuestros cuates y cuatas y se entendía que regresábamos a casa al caer el sol o a cenar.

Y sin embargo, el México de ahora: gigante, feroz, inmenso, y prometedor es el que marca nuestros días. Todavía es un paraíso vivir en México, créanlo o no.
No olviden ser felices y hacer un amigo cada día.


Dr Manuel Farill Guzmán

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jueves, 18 de septiembre de 2008

Preguntas Celestiales

A mi abuela Lupe, a quien mi madre me enviaba a consultar cuando les hacía preguntas como las que menciono abajo. Siempre me las contestó…


Hace poco me entretuve imaginando con un amigo muy creyente sobre las alternativas de la vida eterna, según los conceptos que ahora dominan. Es una conversación que no le recomiendo a nadie. Ni de política ni de religión y nunca habrá problemas, decían de las conversaciones. Pero no puedo ocultar que mi concepto de Dios es de un dios amigo, buena onda, al que puedo hablarle de tú y que me comprende, me protege, me cuida y orienta y, a la vez, perdona. El concepto de un dios duro y vengativo, que me castigue por toda la eternidad por algo que hice mal durante mi vida de apenas unas breves fracciones de segundo comparada con aquella, se me hace absurdo y hasta injusto (y claro que no hablo de crímenes de lesa humanidad o de baja estofa como aventar granadas de fragmentación en una plaza pública, por ejemplo, o como el secuestro o el genocidio).

Si tenemos libre albedrío, ¿por qué nos castigaría? Si no le pedimos venir a este mundo —o a esta vida— ¿por qué nos pone en tentaciones? Si sabemos todos, y desde luego que él también, que la carne es débil, entonces por qué nos juzga desde su posición del que todo lo sabe, del que nunca ha tenido tentaciones, del que es el bien y del que es la justicia misma… cosa que se me hace muy difícil de sincronizar con la misericordia infinita, por otra parte. O una u otra, decía mi profesor de Etica en la Preparatoria Nacional # 5 de Coapa.

Como los otros Vuela-Plumas han sido muy serios, y hasta regañones, hoy los invito a suponer que hay un cielo como nos lo hacen imaginar los caricaturistas. En cada nube hay un angel tocando el arpa o la lira (of all instruments! ) Bien podría ser una guitarra o un teclado electrónico, para estar de moda junto con Los Bukis, que de ninguna manera, nunca, irán al cielo. Cada nube ha de estar un poco aparte de las demás: más arriba o más abajo. Y entonces, ¿dónde estaría la socialización entre los buenos? ¿No que finalmente íbamos a juntarnos los que hemos obrado bien durante esta vida? Obrado es con la connotación de “actuado”, y no con la otra, más corporal.

Vamos a suponer que a lo lejos veo (yo por supuesto, estaré allá) a una angelita que está muy guapa y bien formada. Lo primero que se me ocurre es, ¿estaríamos desnudos todos, con las estorbosas togas que se les achacan a los griegos milenarios o seguiríamos con las fachas que acarreamos ahora? ¿Hasta Lady Di y la Madre Teresa? (Pensándolo bien, ¿estará allá Lady Di?)


Y si así es, qué edad tendría nuestro cuerpo puestos en esta circunstancia celestial, porque sería terrible que nuestros cuerpos (o puercos) tuvieran el estado que tenían cuando morimos y que hubiera ancianitos y ancianitas encuerados, macilentos, quemados o desfigurados. Aunque, no habiendo Ley de la Gravedad, no habría estorbosos y antiestéticos órganos colgando, sino que estarían flotando. Creo que todos deberíamos estar en nuestra mejor edad, para que fuera justo para los que apreciamos al bello sexo, porque además de bello en general, en esta vida canalla también debe ser tan joven como se pueda… Y no me odien los lectores por mis opiniones.

Bueno, pero volviendo a la angel guapa: ¿cómo la conecto? ¿Habrá celulares, interfones de nube a nube o bastará sólo con llamarla con el pensamiento? ¿Ya no servirán las miradas pesadas y largas a la nuca, para que volteen? Y vamos a suponer algo peor: que tengo un buen pensamiento —¿cuál se imaginan ustedes?— con la susodicha. ¿Me caería de la nube en que andaba? ¿Directo al infierno? ¿Por qué? ¿El concepto de lo bueno o lo malo allá sería igual al de acá, en el mundo? No creo: en el cielo todo debe ser bueno. Y otra cosa: en mi cielo, todos seríamos multorgásmicos y nadie tendría problemas de disfuncion eréctil. ¡Nada de viagras, impotencias o frigideces, por favor!

Otra pregunta, pero ahora suponiendo que el cielo es un sitio como una pradera inmensa, con el cielo azul, sin frío ni calor (parecido a una página de Windows antes de que aparezca el menú). Por ahí vamos todos, caminando y platicando en grupos unos platicando, de pie; otros riendo (siempre han de scucharse risas) ; otros sentados a la sombra de frondosos árboles (que se le pasaron a Bill Gates y no aparecen en Windows); otros leyendo el ¿periódico? ¿Qué habría que reportar? ¿Los nombres de los que llegan o de los que no llegan? ¿Nuevos santos? Porque supongo que allá no están Hearst ni nos importarán las escasísimas buenas y muy abundantes malas noticias que leemos, vemos y escuchamos por acá. Todavía si fueran libros, pues pasa, porque me faltan muchísimos (algunos, verdaderos ladrillazos) para adquirir sabiduría.

Okay: finalmente ahí estamos, entre muchas especies y razas, los terrícolas buenos —porque un cielo con equidad debe contener a los bien portados de todos los planetas habitados, desde luego— y de pronto, sin tapujos y de forma muy frecuente alguien sugiere echarnos un trago para festejar, qué caray. ¿Festejar qué? Pues que ya estamos ahí, hombre, ¿qué se les hace poco?. Ahí sólo debe haber vinos y licores de lo mejorcito. Así que nos lo tomamos, y, como en la Tierra, primero uno, y luego otro y otro más, hasta que nos embriagamos. ¿Tendremos cruda al rato? No creo, porque si no tenemos hígado, pues está rudo que nos haga daño el alcohol. O las drogas para tal caso. ¡Por fin podremos beber sin parar y sin que nos regañen o nos sintamos xomo perros regañados al día siguiente! Entonces debemos creer que aunque el vino no nos haga efecto —qué lástima, porque aunque lo neguemos es lo que lo hace popular y es una de sus mejores características— podremos paladearlo. Entonces, si hay vino, debe haber comida. Y si hay estos santos placeres, la comida tampoco debe hacernos daño. Luego pues, no hay obesos ni colesterol ni agruras en el cielo. Esto contesta parcialmente mi pregunta anterior del aspecto que tendríamos en el paraíso celestial.

Ahora bien, si los casados ya no vamos a estar casados, porque es de todos conocido (y esperado por una gran parte de habitantes de la Tierra) el dicho “hasta que la muerte nos separe”, entonces ¿podremos volver a tener amigas, amiguitas, amantes y quickies? ¿O, mejor, mucho mejor, slowies? ¿Habrá sexo en el cielo? Desde luego ya no tendrá nada de pecaminoso e inmoral —si es que ustedes son de los que creen que alguna vez lo fue durante la efímera vida terrenal— y podremos darle “vuelo a la hilacha”, que es la filosofía actual de muchos entes que conozco. Y volveríamos a lo multi-orgásmico, lo que sería fantástico.


Como dicen que dijo Woody Allen (yo no creo que haya dicho nunca algo genial, porque con ese aspecto, debe ser un tipo sombrío y adolorido con el mundo… o con sus padres): “el sexo es algo sublime entre dos seres humanos. Pero entre cinco, es fantástico”. Y habiendo una multitud allá, en el cielo, habrá un anonimato de aúpa, una gran cantidad de partners potenciales. Y nadie nos echará en cara la infidelidad, la indiscreción o la vergüenza (¡podremos decir nombres y hacer recomendaciones!)ni se preocupará por las enfermedades mortíferas (o por lo menos secretas) ni por la natalidad no deseada. Niños, habrá nomás los que ya se nos fueron o mandó Herodes. Y allá estarán felices, jugando, echando machincuepas y gritando sin molestar a nadie.

Me imagino un encuentro cercano del sexo tipo entre seres de distintas épocas y distintos lugares: una neantherdal (no les vamos a quitar la posibilidad de que hayan subido, ¿verdad?), con Mozart (que ya se llamará sólo Ludwig, para los cuates), con Gabriela Mistral (o Gaby), con el Presidente López Mateos (ese sí seguirá siendo el Presi) y, desde luego, varias modelos, campesinas europeas medievales, recolectoras africanas, obreras sudamericanas y actrices escandinavas de preferencia (y no faltarán las mexicanas, claro) y Nelson Mandela, Olof Palme, el Zar Alejandro, Bolívar, Esquilo, Don José María Morelos (a quien reconoceremos por su infaltable pañuelo en la cabeza), un alvaradeño mal hablado y Mauricio Garcés, simpático como siempre, entre otros. Como dicen los españoles: ¡joder! Y en el strictu sensu de la palabra. Y/ conste que no mezcle seres de otros planetas para no ser matapasiones.


Ahora que si me dicen que el cielo es para rezar y esperar a algo (¿a qué?), a mi no me gusta ese concepto tan inquisitorial, medieval y pueblerino, y por ello conmigo nomás no cuenten.

Prefiero el mío. Mi cielo… Que estoy seguro ahora lo es de muchos.

lunes, 23 de junio de 2008

Ebrard: impresiones y consejos

Marcelo Ebrard vuelve a estar ahora bajo los reflectores de los medios de comunicación, otra vez por un hecho sangriento, y yo no sé qué pensar de él. No falla: tan pronto dice o hace algo bien, se contradice y hace o dice algo que creo está mal. No vaya a ser que crea que los reflectores lo hacen a uno crecer, como pasa con AMLO, al que los medios ya deberían de olvidar. Y además, debemos reconocer que AMLO le dejó la ciudad destruida, física y burocráticamente.

Ebrard tiene cosas a favor:
· Fue preparado en le escuela del salinismo (se dice que nos guste o no, Salinas fue el Presidente más inteligente y “echao pa´lante” de México desde 1970).
· Es tragaños, (DF, 1959). Tiene buena experiencia.
· En 1997 llegó a ser Diputado Federal en la LVII Legislatura por el PVEM
· Está bien preparado en escuelas particulares. Egresó del Colmex y de la prestigiosa ENA, en Francia
· Pertenece a una familia de descendencia francesa (barcelonettes) decente, trabajadora y de primera clase
· Limpió recientemente y hasta ahora el Centro Histórico de vendedores ambulantes, y ha efectuado importantes y estorbosas obras viales y turísticas, algunas de las cuales se están haciendo todavía, casi todas con fines electorales para antes del 2009.
· Ha expropiado los inmuebles y terrenos en los que se delinque
· Usa la bicicleta un día —se ve horrible en traje y corbata y con casco— y parece que emplea un ruidoso y contaminante helicóptero el resto de la semana
· Por su genética política originada en el PRI, que es la que le ha dado disciplina política, se lleva bien con todos los políticos de verdad, menos con el Presidente Calderón. ¿No será ya tiempo de que juegue el juego con todas sus reglas y se una para fortalecer a la República? ¿No se le hace por lo menos raro que en las mismas elecciones en donde se acepta su triunfo por nocaut, también gane el Presidente por una mínima cantidad? ¿Los que contaron los votos fueron diferentes personas o las mismas que contaron los del Presidente?

Pero tiene cosas malas:

Como casi todos los políticos postmodernos, es un camaleón en la política
Ha hecho gala populachera, como lo hizo su antecesor. El se ha servido de las playas y albercas, el Zócalo para espectáculos, etc.
Hasta ahora, para muchos parece haber sido el sirviente de AMLO, cosa que manifestó por primera vez al declinar su candidatura a Jefe de Gobierno por otro partido a favor del primero en marzo del 2000.
Fue hasta hace poco —y sigue siendo— el colaborador de Manuel Camacho Solís, un político ardido y mal perdedor en la elección digital (por el uso del dedo) para candidato del PRI en 1993
En 2004, siendo Secretario de Seguridad Pública del DF en la gestión de AMLO, tras de los hechos sangrientos ocurridos en Tlahuac, fue destituido por el Presidente Fox, de quien dependía su nombramiento.
Nunca mira a los ojos de su interlocutor, y da la impresión de que se toma muy a pecho
Insiste en hacer consultas sobre algunas cosas, en apariencia siguiendo los designios de AMLO, y en cambio en otras lo que pensemos le vale un rábano, como subir los impuestos en el DF, pretender hacer un túnel del Auditorio Nacional a Santa Fe, imponer el No Circula los sábados, el erigir forzosamente un edificio de altura vertiginosa, la Torre Bicentenario; cambiar la fecha oficial de celebración del inicio de la Independencia, etc.
Durante la gestión en el DDF de Camacho Solís, y él siendo el Secretario General de Gobierno, fue junto con éste, el artífice de la “concerta-cesión”, que en la práctica se manifestó siempre como la pura cesión del gobierno ante la oposición y los grupos clientelares como taxistas, microbuseros, franeleros, etc. (muchos de los que ahora usa el PRD, desde luego).
Ahora trae encima, repito, los reflectores, porque gente de su equipo de trabajo acaba de cometer la sangrienta pifia del antro News Divine. Esto sucede por ceder a la presión de las tribus del PRD, poniendo gente no preparada en sitios delicados.

Hay cosas que debe pensar el licenciado Ebrard ahora que quiere competir por la Presidencia de este país.

La primerísimo es si ya sabé cómo le va a hacer para despegarse de la influencia y de la imagen que tenemos muchos de que es un patiño de AMLO.

La segunda es que al manifestar sus intenciones con tanta anticipación, se convertirá —quiéralo o no— en un pre-precandidato y tenderá a distraerse de sus labores como gobernante, con el afán de quedar bien con diferentes grupos. Es decir: dejará de ser el gobernante de todos en el DF, para complacer a unos cuantos.

La tercera es que ojalá que se haya dado cuenta de los enemigos que se ganó al hacerlo y a quiénes representan. Ahora estará navegando en aguas saturadas de espías y enemigos. Desde luego, el más inmisericorde será su hasta ahora líder, AMLO, y los seguidores de éste, quienes no sólo son ignorantes y astutos, sino que además carecen de cualquier escrúpulo, como lo han manifestado mil veces (sobre todo el jefe). Y, la verdad, por ahora, es que si no hubiera nadie más que escoger, prefiero en Los Pinos a Ebrard que a AMLO toda la vida.

La cuarta es que va a tener que inventar un partido político que lo respalde, porque lo que queda del PRD no le va a servir para nada, a menos de que en unos cuantos años logre revivirlo. Y a éste todavía le falta autodestruirse aún más. Lástima, porque en mi opinión México necesita un partido serio de izquierda democrática, tipo la europea.

Y, por último, al manifestar sus intenciones puede lograr el fatal efecto “Marthita” (con th, por supuesto) al hacer que el público fije sus reflectores más en el futuro, en el 2112, que en lo que está pasando ahora, lo que nos urge y asfixia. Por concentrarse en la candidatura, puede no darse cuenta de que mientras en México baboseamos eternamente sobre temas pasados de moda, los demás países avanzan a pasos agigantados.

En un fantástico libro que estoy leyendo llamado The Way We Will Be 50 Years from Today: 60 of the World's Greatest Minds Share Their Visions of the Next Half-Century, (http://search.barnesandnoble.com/booksearch/results.asp?WRD=The+next+50+years) (Cómo seremos dentro de 50 años: 60 de las mejores mentes comparten su visión del próximo medio siglo), recopilado por Mike Wallace, de la editorial Thomas Nelson, muchos de los autores dan por sentado que en 2058 el mundo estará conformado de varios bloques: Brasil, la Unión Europea, China, EEUU., India y Japón; algunos de ellos de los llamados BRICS (http://es.wikipedia.org/w/index.php?title=BRIC&oldid=17896104). Nótese que México no aparece entre ellos como el líder de América Latina que fue durante todo el siglo XX.

Mientras que nosotros estamos ahora mismo ante la computadora, o haciendo nuestros trabajos diarios, casi todos los países, incluyendo los supuestamente socialistas, están trabajando a todo vapor, sin descanso, siguiendo planes y proyectos a mediano y largo plazo para producir más riqueza, porque si no la hay lógicamente que no podrá ser repartida entre sus pueblos.

Y un recordatorio para el licenciado Ebrard y los demás que se sientan prospectos de candidatos de cualquier partido: la soberanía no es una entelequia, ni radica únicamente en el petróleo o en la minería, o en el Himno Nacional: la soberanía se come. La comen a diario muchas familias.
Si no tenemos para comer, no tenemos soberanía, por más que se desgarren las vestiduras diputados, senadores y líderes de los partidos.

Sé que tengo escasas posibilidades de que Ebrard me lea y, menos, de que me haga caso, pero todos estaremos muy pendientes de él y de los otros potenciales precandidatos. No vaya a ser que alguno de ellos, en lugar de tener valor civil e inteligencia, habilidades políticas y amor por México y sus habitantes, quiera seguir llevando a cabo las fatales concerta-cesiónes.

lunes, 12 de mayo de 2008

Grandes inventos


Esta es la gran época de los inventos que hacen nuestra vida más cómoda. Nos facilitan las cosas y las hacen más rápidas. A veces más baratas y eficientes —aunque no con la frecuencia o con la seguridad que yo desearía—, y desde luego nos evitan tantos movimientos y quema de calorías. ¿Por eso habrá tanta obesidad caminando en dos patas?

Dicen que si usted quiere volver loco a su pareja en la cama, sólo debe esconderle el control remoto y pienso en los años 60, 70 y 80 cuando para cambiar un canal de televisión nos teníamos que levantar del sillón, caminar hasta la tele y girar una perilla, que si no quedaba exactamente en su sitio hacía que la imagen parpadeara continuamente. ¿Y qué me dicen de los botoncitos que tenían los aparatos de TV para controlar el rayado horizontal o vertical tan frecuente en aquellos tiempos? Había que estarse parando para que volviera la imagen. Si uno habla de esto ante personas más, ejem, jóvenes, piensan que hablamos de la era paleozoica. Ahora, cuando hacemos zapping porque tenemos más de 200 canales de televisión que simultáneamente y todo el tiempo transmiten pura basura, repeticiones y programas refritos —que generalmente son un poco mejor que los actuales— imposible hacer un buen intento de idiotizarse sin un buen control remoto (CR). Si se es exigente, y tiene uno dinero, puede tener un control que además de la TV también maneje el DVD, la VCR, Sky, Cable, el TiVO y el IPOD. ¿Qué le parecen los nombres? Eso no es lo curioso, lo curioso es que casi todo mundo sabe de qué estoy hablando.

Un jogger en los EEUU, que se dice que era dentista, al correr diariamente en un bosque (aquí no se puede correr en ningún bosque del país por el peligro de los talamontes o asaltantes, de los atencos o de los narcos), descubrió que al pasar por un determinado lugar siempre encontraba pajaritos muertos. Sospechó la existencia de un asesino serial —ah, la suspicaz mente estadunidense entrenada diariamente a fondo para la paranoia—, y llevó algunos cuerpos (¿o cadavercitos?) a un amigo veterinario para que los autopsiara. Revelación sorprendente: los cuerpecillos estaban concinados adentro, pero crudos afuera. Resultó que las aves tenían la mala fortuna de pasar frente a una antena de microondas, de las que se emplean para las comunicaciones. Al pasar atravesando el haz, estando la transmisión activa, se cocinaban y morían. De ahí surgieron los hornos de microondas, sin los cuales ya no podríamos hacer muchas cosas que antes requerían de gas, carbón y de tizne (de los dos tipos). Temo el día que se demuestre que las microondas cuecen poco a poco los lóbulos temporales del cerebro, lo que explicaría la extendida tendencia que tienen mis amigos y coetáneos a olvidar de lo que están hablando, cuando recuerdo que antes todos hablábamos de corridito y podíamos hablar, beber, divertirnos, ver muchachas, criticar y respirar al mismo tiempo. Algunos hasta fumaban al hacer todo esto.

Pasa uno por la calle y ve a su alrededor a personas con audífonos en las orejas. Algunos mueven la cabeza rítmicamente. Otros miran el infinito o, de plano, llevan los ojos cerrados en callado gesto de concentración. Los más pobres van escuchando una radionovela o los chismes más amarillistas que les vierten las orejas y los ventaneando y el gordo y la flaca y ellas con las estrellas. Algunos con más posibilidades llevan un casi-obsoletos-ya discman, y el resto, la mayoría, van oyendo sus mP3 con variados nombres: los humildes un teléfono celular o un USB, los poderosos un IPOD. Son la nueva generación aislada. ¿Cómo se irá a llamar a sí misma? Ya tenemos generación X, generación Y, estos tal vez sean la generación del Me Vale. Las iniciales MV, en números romanos forman el número 1005. No está mal: la Generación 1005, que se caracteriza en que la mayoría de sus integrantes jamás han escuchado un buen disco bien grabado, que se conforman con lo que les den o se puedan piratear en Internet. Que no desean ni sabrían trabajar en equipo, porque los audífonos los aíslan del mundo, al que no quieren pertenecer, porque la música, el show, los conciertos —el pan y el circo, pues—, lo dominan todo. SON todo —y esto bien que lo saben los gobiernos—. Es bueno, muy bueno, tener colecciones de música, pero qué sociedad hemos creado que los jóvenes (en la calle no he visto ancianitos escuchando estos aparatos) no sienten interés en lo que sucede, en lo que ha pasado, en la historia o en el futuro. Cortar el presente aislándose es boicotear el flujo de la historia: la del mundo, la del país, la de ellos.

Pasé muchos años de mi vida sin requerir de estar llamando a nadie por teléfono cuando estaba en la calle, en un restaurante, con otra persona, con un amigo, cuando transitaba en mi auto. Ahora todos andamos con “collar y correa”. Al principio por la inseguridad causada por la delincuencia , y ahora por la comodidad o de plano el ocio y la indiferencia. Tenemos que aguantar al vecino de mesa que vocifere —como si el mismo aparato no transmitiera electrónicamente hasta sus más mínimos resuellos— sus diferencias con su cónyuge, o le cuente sus aventuras a su amigote o regañe a sus empleados. ¿Por qué tengo que soplarme estas conversaciones en público? ¿Qué derecho tiene la ineducada gente a hacerme sabe sus nimias pláticas? Si fuera el Teléfono Rojo (con mayúsculas), pasa. Pero los comentarios de una señora a su amiga (¿o también se dirá amigota?), ¿qué diablos me importan a mí o a cualquiera de los otros asistentes a un cine o a un restaurante? Y además, ahora los celulares también tienen sonidos supuestamente chistosos, jueguitos, cámara fotográfica y de video —extrañísima combinación que a cualquiera convierte en paparazzo—, radio AM/FM, mP3 y hasta Internet. Les falta bailar o tener un sombrerito con una bandera o algo así.

Por si fuera poco, para machacar el tema del teléfono, pasan los tipos por la calle mascullando o gritando a nadie. ¿Están locos? No: traen un Bluetooth. A veces, este audífono inalámbrico cintila o centellea de color azul o rojo, cumpliendo así también con el reglamento de tránsito para peatones, que señala en su Artículo 23 que todos los transeúntes que hablen por teléfono deben tener una luz cintilante para señalar su estupidez o su complejo de inferioridad. Lo que les debería centellear, aunque sea de vez en cuando, es el cerebro.

¿Quién habrá dicho y aceptado que la cultura sólo se presenta a través de la Internet? Porque eso es lo que creen muchas personas. No cabe duda de que este invento es fantástico y maravilloso, pero cuando se emplea con moderación e inteligencia (lo que elimina al otro 99% del mundo) y con un objetivo. La verdadera cultura, la que trasciende y nos integra al mundo, la que pone nuestras vidas en un contexto real, todavía viene —en su mayor parte, en la parte clásica, en la parte creativa— en las páginas de los libros. Podemos encontrar lo último en Internet, pero no encontraremos las obras de Esquilo, de Cervantes o de Juan Rulfo, por poner algunos ejemplos. No encontraremos mejores versiones de la Iliada o la Eneida que las ya publicadas. No está la historia escrita, sino en versiones menores o en programas especiales que sí tienen un alto costo. Y además, leer en una pantalla no se compara, ni remotamente, con la lectura de un buen libro bajo buena luz en un sillón cómodo, o en la cama.

Sí es verdad: la Internet me comunica con gran velocidad, no contamina tanto como si escribiera en sobre y papel con un lápiz y lo enviara por correo o mensajería o lo llevara en mi automóvil hasta su destino. Me informa las noticias y me permite comunicarme con gente del otro lado del mundo y, próximamente, con gente que esté en naves espaciales o en otros planetas. Esto es muy bueno, excelente, pero no me hace fraternizar con ellos, no me permite verlos a los ojos ni conocerlos. No me permite ser yo, ni escribirles pensando largamente lo que he de plasmar: emociones, sensaciones, impresiones, reflexiones, riqueza de lenguaje, poesía rimada o no, aventuras y cuentos. Mi identidad se les presenta a mis lectores solamente en forma de letra Arial tamaño 12 puntos, y todos somos mucho más que eso. En cambio, quien sabe por qué medios, hace que me escriban aquellos que no deberían escribirme, porque mi dirección se vende en forma impersonal, junto con las de decenas o cientos de miles incautos más. Me llena de spam, de anuncios de cosas que no necesito, me avisa de supuestas mujeres inaccesibles y solitarias que desean que yo les escriba, me quiere obligar a ver cursis presentaciones de fotos (y peor si son con música), me avisa de eventos que me valen un rábano, me llena de chistes sosos y me tienta con mujeres bellísimas (probablemente inexistentes), con pornografía y artículos que nunca he necesitado y probablemente nunca necesitaré. Más bien dicho: nunca nadie necesitaremos.

Menciono sólo algunos inventos. Faltan de mencionar muchos más. Reconozco que el de hoy ha sido un artículo lleno de humor negro, pero es que nuevos buenos inventos, de esos que son tan necesarios que hacen que el público clame por ellos, que mejoren a la especie humana, que saquen lo mejor del ser humano, que procuren la salud, el trabajo y el bienestar y saquen de la pobreza e insalubridad a millones que las padecen, que nos hagan más sabios o más prudentes o, cuando menos, más buenos e inteligentes… De esos no hay muchos.

Por lo menos nuevos.


lunes, 7 de abril de 2008

La venganza de los Aztecas




Para un observador descuidado y normal, parecería que la conquista de América por los españoles en el siglo 16 ha quedado en el olvido, que las cosas ya quedaron como están y que todos estamos satisfechos, resignados o en paz.

Pero, para un observador sagaz (como tú y yo), esto no es cierto. La venganza de los aztecas consiste en reconquistar todos sus antiguos territorios, incluyendo los de pueblos más primitivos que ellos, como los que habitaban lo que ahora es el norte de México y los Estados Unidos y Canadá (apaches, sioux, pawnee, navajos, etc).

Cuando en 1519 llegaron los españoles (la crema y nata, josú) al territorio que básicamente ocupaba el sangriento Imperio Mexica, comandados por —eso sí— un hombre admirable llamado Hernando Cortés al que le decían Hernán, como ahora a las Leticias les dicen Lety, se cometió unos de los más profusos y sigilosos genocidios en la historia: se calcula que de la conquista a un siglo después, entre las guerras y batallas, las encomiendas, la Inquisición y las enfermedades que llegaron del Viejo Mundo, murieron en el nuevo continente cerca de 16 millones de indígenas (muchos más que los que ellos mismos mataban en sus guerras de dominación).

Las fuerzas entre europeos e indígenas eran incomparables: el avance socio-económico europeo, e uso dela rueda, el dominio de los metales trabajados, las armaduras y cascos, el poder de la caballería (simplemente tener caballos, porque en el nuevo mundo no existían antes de esta época), la pólvora y armas de fuego, la experiencia y la estrategia militar producto de decenas de siglos (en Europa todos peleaban contra todos) y, de manera fundamental, la astucia de Cortés en ganarse a su favor la voluntad de todos los pueblos indígenas explotados por los mexicas para guerrear contra éstos, quienes siempre los habían derrotado, humillado y quitado a sus mejores hombres para sacrificarlos. Por ello, hay quienes dicen que “en México la conquista la hicieron los indios y la Independencia, los españoles”. La mexica era una incipiente civilización de apenas 200 años de edad, avanzada en pocos campos, como la astronomía y la medicina natural, pero prácticamente neolítica con asentamientos permanentes. Aquellos mexicas (y de paso los aliados de los españoles también) que sobrevivieron, fueron esclavizados y sujetos a la más inmisericorde explotación española, robados de padres y madres, de sus propiedades, de su tejido social y hasta de sus nombres originales. Basta con ver las obras artísticas que afortunadamente quedan del arte barroco mexicano colonial traído por los epañoles y la magnificencia de los monumentos, especialmente de las iglesias y palacios, para darnos cuenta de la sobreabundancia de mano de obra no barata: gratuita. Indígena, claro. Española nunca.


Y parecería, como dije antes, que hasta ahí llegaba la cosa.
Pero no.

Con el tiempo, los descendientes de aquellos indígenas que quedaron en Mesoamérica (ya no sólo los aztecas) se multiplicaron aumentando su número geométricamente y, con infinita paciencia, proveniente de su orígen oriental, nunca perdieron de vista su objetivo: reconquistar sus territorios y aumentarlos si fuera posible, imponiendo esta vez sus costumbres y condiciones ya en un contexto postmoderno.

Hablamos de recuperar desde más o menos 1950 todo el territorio ocupado por Texas, Arizona, Nuevo México, California, y las mitades de Oregon, Utah, Idaho (ver el mapa). Pero de pasadita, se extendieron y conquistaron mucho más terreno: Chicago, Ohio, Washington (estado y ciudad), Detroit, Carolina del Norte, Kansas, Arkansas, los poblanos tomaron Nueva York (llamada también Puebla York) y ví a muchos que ya llegaron a Alaska, habiendo dejado a su paso muchos retoños y comunidades en todo Canadá, que vaya sí tiene un vasto territorio. Miami se la donaron a los cubanos y a sus hermanos del sur del continente. Y, ¡ay de aquellos que intente arrebatarles más!
Pasando fielmente sus principios a sus descendientes, los actuales mesoamericanos (la mayoría mexicanos, pero con aportaciones importantes de centroamericanos y caribeños), ya mezclados con blancos, rojos, amarillos y negros en muchos casos, nunca han perdido de vista la consumación de esta feroz venganza: conquistar México (que ya casi lo tienen del todo, aunque todavía les faltan algunos puntos en los que han encontrado resistencia, como Las Lomas, Polanco, Bosque Real, San Jerónimo, San Angel, Santa Fe y otras pequeñas comunidades en otras ciudades) y conquistar no sólo lo que ya tienen, sino sus antiguos territorios del norte. Por lo menos, cerca de 12 millones lo han logrado y ya viven allá y pronto empezarán a dictaminar, tal vez en la próxima elección de los EEUU, quiénes han de ser Presidentes o Presidentas y Primeros Ministros de esos países. Hay que aceptar que no han quitado el dedo del renglón y que han sabido convivir con quienes ellos sienten que no les estorban en su migración, siempre y cuando les permitan seguir hablando en español o sus lenguas nativas, comiendo sus platillos picosos acompañados de la infaltable vitamina T (tortillas, tacos, tortas, tostadas, tlacoyos, etc.) y adorando a la Virgencita guadalupana. Si el gobierno de México les estorbara, ya habrían tomado medidas severas, pero resulta que algunos de los gobernantes que hemos tenido se identifican o son parte de ellos -dándose cuenta o no- y les han facilitado las cosas, incluso creando (¿involuntariamente?) las condiciones para que emigren hacia el norte. Si alguien les impidiera ese sistema de escape -aunque sean los gobiernos-, y les pusiera un obstáculo, digamos que un muro, robots, policías o vigilancia electrónica o satelital, no les quedaría más camino que seguir adelante (aunque muchos de ellos cayeran muertos, como las hormigas) y crear, como el vapor encerrado en una olla express, en México una pavorosa presión política y social . Por eso es importante encontrar maneras mediante las cuales los migrantes puedan seguir evadiendo muros, barreras y cercas de cualquier tipo. Podríamos decir que mientras haya paso de drogas, en tanto éstas no se legalicen por ejemplo, seguirán pasando los aztecas. Otra manera sería crear las condiciones para que ya no quisieran emigrar, pero como se ven las cosas, esta solución está en chino…. O en griego, pues, para ser más políticamente correctos (después de todo, ¿quién quiere enemistarse con los primeros?)

Hago un exhorto al gobierno mexicano para que de ninguna manera tome medidas que aumenten la presión dentro de México. Dejémoslos salir. Desafortunadamente, estos son, ahora sí, lo mejor que tenemos en el país: aquellos que quieren trabajar incondicionalmente a toda costa y sin límite para ganar más y mejor que los que se quedan. Los que puntual y responsablemente envían remesas a sus familias y comunidades. Los que no les importa que los amparen la CTM, el SNTE, la CROC, la CROM, el SITUAM o, en general, el sindicalismo o los partidos políticos mexicanos y prefieren mil veces estar solos que mal acompañados. Los que se erizan cuando el gobierno mexicano les dice que "los va a ayudar" o a proteger . Los que quieren dedicarse a lo suyo, a producir y crear riqueza, a pesar del villano de taberna López Obrador y sus secuaces (¿recuerdan a Bejarano, Ponce e Imaz)? Esos mexicanos que, a pesar de todas las trabas que nos pone el gobierno para hacer negocios, los hacen, y quieren y necesitan desarrollarse y hacer progresar a sus familias y a sus comunidades.

Si estos mesoamericanos no existieran, los que quedamos en México y en grandes porciones de América Latina, seríamos más pobres, porque no recibiríamos los dineros que mensualmente envían desde nevadas tierras, en donde muchas veces son explotados, minimizados, ridiculizados y olvidados por los sistemas de seguridad social del país más rico del mundo, que se olvida de que sin ellos, muchas actividades se paralizarían porque los propios estadunidenses ya no las quieren efectuar, como lo señala en forma graciosa la película “Un día sin mexicanos”.

La situación que se viene en México es que a partir del año 2030, en que la población mexicana dejará de crecer y se estancará en apenas 130 millones de habitantes (según fuentes generalmente bien informadas), tendremos que dejar pasar a los centroamericanos y caribeños que busquen tener mejores niveles de vida y que quieran hacer los trabajos que ya para entonces los mexicanos no querrán efectuar. Esto va a significar un cambio profundo y duradero de nuestras características sociales y antropológicas (habrá un gran número de inmigrantes de raza negra y de religiones no católicas, la mayoría varones, por ejemplo). ¿Estamos listos ya? ¿Estaremos listos entonces? ¿Serán fáciles de aceptar estos cambios? Mientras tanto, la venganza de los aztecas, de los mesoamericanos seguirá teniendo lugar pese a cualquier barrera que les quieran poner. Habrá mucho lugar para que la nueva oleada pueda expandirse… a menos de que nuevamente empiecen las guerras floridas.

martes, 11 de marzo de 2008

El País de las Propinas

El País de las Propinas

La razón por la que muchos mexicanos no acostumbran trabajar es porque por cualquier cosa reciben propinas. De todos los que los rodean. Y durante muchos años, incluso de los gobiernos.

La propina es, básicamente, un impuesto para las clases bajas y medias que poseen automóvil. Aunque esto último no es indispensable, sí es un factor determinante. Se ha transformado en una ayuda a los gobiernos estatales y al federal porque les quita de encima la obligación de crear empleos y la preocupación por impedir que muchas personas que no saben hacer nada se vayan a convertir en delincuentes. Bueno, más delincuentes.

Ofrecer y aceptar dádivas por cualquier motivo nimio es muy mexicano. Es una forma de corrupción para mantener de nuestro lado a alguien que, de otra manera, podría perjudicarnos. Pero la corrupción es la corrupción, y es como el embarazo: o estás o no estás, no hay términos medios. Eres corrupto o no eres.

Imaginen esto: un sábado por la mañana tienen que ir al centro de la ciudad a comprar algo (porque el centro sigue siendo el centro y es fuente inagotable de bienes y servicios que a veces no se encuentran en otros sitios de la ciudad). Estacionan su automóvil en uno de los muchos y horrorosos estacionamientos privados que existen. Tras de negar que lo laven y enceren, escuchan con aprensión cuando el chofer (conocido como “el chango”) que maneja el automóvil lo sube haciendo rechinar las llantas por una escalofriante y muy sonora rampa metálica. Horas después, al regresar a recogerlo y de haber pagado una importante suma, traen nuestro auto, al que hay que revisar de reojo para ver que, por lo menos, no tenga más golpes de los que traía y que no le falten piezas evidentes, como los faros. El chango que lo ha manejado, que puede no ser el mismo al que lo entregamos al llegar, estira la mano y tenemos que darle por lo menos cinco pesos. ¿Por qué? Solamente hizo lo que le pagan por hacer: traer el auto de un piso al otro. Hago notar que al pagar no nos dan factura a menos de que mostremos nuestro RFC, una identificación con una fotografía reciente viendo hacia la izquierda y una copia certificada de nuestra acta de defunción, porque es sabido que el SAT siempre facilita las cosas.

Salen del centro de la ciudad y se dirigen por Reforma hacia el Periférico. En cada esquina se van a topar con vendedores de los más increíbles artículos, posiblemente robados o pasados de contrabando y con pedigüeños profesionales. Hordas de ellos.

Hace años, creo que el Instituto de Capacitación de la Cámara de la Industria del Calzado hizo un estudio que mostraba que la gente que vende o pide limosna en las calles gana mucho más que los asalariados, con la ventaja enorme de que no pagan impuestos. Y eso no se vale: si uno paga impuestos puede hablar mal del gobierno, de la oposición, de quien uno desee —que para eso está la libertad de expresión—, pero si uno no paga impuestos, ¿con qué cara puede uno hablar mal de las cosas, si no está cooperando para que mejoren?

Estos pedigüeños son tan variados como la imaginación y, además, como los circos, tienen temporadas: niños y hombres y mujeres perfectamente dotados físicamente y que deben representar a las compañías Adams o Trident —que juntas tienen más representantes que Avón y el SNTE de la Gordillo— y que insisten en tocar los espejos de los coches, ensuciándolos; payasitos con globos en los glúteos; tragafuegos (creo que esta es una especie en extinción por el calentamiento… bucal); malabaristas que a veces hasta largas escaleras traen; lavavidrios instantáneos que aprovechan no se si los descuidos de los conductores o la cara de idiotas que llevan para lanzar chorros de un líquido lechoso sobre el parabrisas y el cofre del auto —me he fijado que sus víctimas favoritas son las señoras—; dizque ancianas vestidas de indígenas que a veces da la impresión que a la vuelta de la esquina se maquillan y visten correctamente para llegar a sus casas en la colonia Santa María la Ribera o Escandón; hombres y muchachos cargando cajitas obviamente violadas con el logo de alguna institución que ayuda a los niños con parálisis cerebral o a las mujeres violadas; personajes patéticos con fracturas en los huesos que nunca sueldan (porque se dejan ver en las mismas esquinas durante meses cargando una receta médica muy antigua y ajada y con brazos o piernas vendados); mujeres pequeñitas cargando grandes muñecos o niños posiblemente ya alimentados con corn flakes y leche; minusválidos en sillas de ruedas que arriesgan la vida al transitar entre los ríos de automóviles; viejitos desdentados que apenas pueden con su alma. A quienes solicitan nuestro donativo (siempre con cara de tristeza y aburrimiento) digamos que dos de cada cuatro automovilistas les dan un óbolo. Los taxistas no fallan. Ha de pensar que si no fuera por la virgencita ellos estarían pidiendo. Cuidado, porque entre toda esta caterva de personajes circenses se ocultan en ocasiones los asaltantes y arrebata-bolsas mediante la rotura violenta de los cristales.
En lo personal, cuando me da la gana —que ese es el único privilegio que tenemos quienes podemos dar propinas— ayudo a los viejitos (pensando igual que los taxistas) y a los minusválidos, porque siento que a los niños, abundantes e invariablemente mocosos y sucios, les quita un adulto, un robachicos, su dinero en cuanto dan la vuelta a la esquina. No olvidemos a los vendedores de tarjetas telefónicas que hacen que éstas escapen de los impuestos al no dar facturas y los ya tradicionales de periódicos (los microempresarios) y los de billetes de lotería y sus similares, que se supone deberían ser precisamente los minusválidos., como señalaba el decreto que creó la Lotería Nacional.

¿Se le ocurre ir a un supermercado? Hay que caerse con lo del estacionamiento y con la propina al señor engorrado que, sin saber manejar, nos indica su opinión de hasta dónde podemos echarnos en reversa mientras silba. Si deja su auto en la calle, enfrentará a los franeleros, que casi casi le dirán: ¿se lo cuido o se lo rayo? O, como en Coyoacán y la zona de hospitales del sur, que se han convertido en dueños de la calle al negarse a mover sus huacales o botes de plático si no se les adelantan 20 o 30 pesos. Imposible pensar que el gobierno ignora esto. ¿Será que es del PRD?

Si le llevan el directorio telefónico, el empleado se le quedará viendo unos segundos más pidiendo con su presencia una propina, si el cartero pierde o no las cartas, usted recibirá en su domicilio una atenta cartita pidiendo un regalito (en efectivo, claro) el Día de Muertos, desde luego antes del 12 de noviembre, y antes de Navidad. También recibirá atentas tarjetitas de los empleados de limpia y de los servicios de la ciudad. Si come tacos en la esquina, habrá un cochinito de barro con un letrero pegado que dice “propinas”. Todos piden propinas y es de sorprenderse que muchos las reciban. Todos, excepto la gente que llamamos decente, como nosotros, que tenemos que conformarnos con lo que ganamos menos los impuestos... y las propinas que pagamos a diario.

¿De dónde viene esta nefasta costumbre? ¿De los indígenas o de los españoles? Nadie sabe ni lo sabrá nunca (ni el mismo Samuel Ramos o su seguidor, el Nobel Octavio Paz), sólo que ya durante la Colonia se acostumbraba premiar la labor de algunos personajes, como los aguadores. Cuando la gente no tiene sueldo fijo, no está mal. Pero cuando lo tienen, no tienen vergüenza. En las gasolinerías y en los restaurantes, los dueños pasan la factura de los sueldos de sus empleados a los consumidores, lo que no es justo. Encima: si uno no da por lo menos el 10% de propina en un restaurante, el mesero se le queda viendo un instante más de lo debido mientras que por los ojos grita que uno es un tacaño. Me ha tocado ver a expendedores de gasolina que despectivamente tiran la suelo las monedas de a peso. Y es que, repito, cuando el óbolo es voluntario, uno da lo que le da la gana, si es que da.

Mientras que a los mexicanos no les entre en la cabeza que el dinero para el sustento se gana trabajando, y el gobierno siga regalando cosas y nosotros dando propinas por aquí y por allá, seguiremos siendo, tristemente, del Tercer Mundo. Vamos a proponernos dar menos regalitos a quienes no hacen nada.